sábado, 16 de febrero de 2013

Soñar con tus besos - Capítulo 1

¡Hola a tod@s! Aquí os traigo el primer capítulo de mi libro. Espero que os guste.


Capítulo 1: ¿Quién es?

Elena era una chica como otra cualquiera. Tenía amigos y una familia, iba al instituto… Le gustaban las fiestas y, como a todas las chicas de diecisiete años del mundo, le encantaba divertirse. Pero Elena tenía algo que las demás chicas de su edad no tenían. Algo que, en realidad, muy pocas personas en el mundo poseían. Ella era superdotada, es decir, tenía un cerebro prodigioso capaz de casi cualquier cosa. Eso no la convertía en una chica arrogante o engreída ni tampoco en alguien apartado del resto del mundo como algunos podrían pensar. La verdad es que ella era todo lo contrario. Era simpática, cariñosa, divertida, generosa y buena, en pocas palabras, tenía un corazón de oro. Ella también era un poco cabezota y muy sarcástica, pero al mismo tiempo era inocente y extrovertida. Elena poseía cualidades muy opuestas que eran parte de su personalidad, y todo el mundo la aceptaba tal y como era.

También era muy guapa, todo hay que decirlo. Tenía un cuerpo alto y tonificado, como el de cualquiera que hace deporte regularmente, pero tampoco en exceso. El pelo le caía como una cascada castaña y ondulada hasta la mitad de la espalda y tenía los ojos muy grandes y de un azul tan profundo como el mismo mar. En resumen, Elena era muy especial, el modelo de chica perfecta.

Aquel día, como otro cualquiera, Elena salió de casa con su hermano pequeño para llevarlo a la escuela, que estaba de cerca del instituto al que ella iba.

Su hermano Daniel tenía cuatro años. La verdad es que tenían pocas similitudes, por no decir ninguna. Elena no se parecía a sus padres tampoco. Ellos siempre decían que era idéntica a su abuela paterna,
Sofía, pero la muchacha nunca lo había podido ver porque su abuela había muerto cuando ella era muy pequeña y no la recordaba.

Dani tenían el cabello color arena y los ojos de una tonalidad tan extraña como el caramelo derretido. Su hermana siempre decía que él tenía los ojos color caramelo y con ese nombre se habían quedado.

Mientras caminaban a paso ligero, Elena observó la calle en la que se encontraban. Al final de la misma estaba su casa. Se habían mudado allí hacía ya más de doce años, mucho antes de que Dani naciera. Antes vivían en Barcelona, pero sus padres preferían la tranquilidad, así que se trasladaron a aquel pequeño pueblo de montaña cuando Elena tenía apenas cinco años. La joven no recordaba nada de su vida anterior, cuando vivían en una gran ciudad.

Todas las casas de aquel pequeño pueblecito llamado Spes habían sido iguales. En realidad, si veías el lugar desde arriba, parecía más una urbanización que un pueblo. Las casas tenían un jardín delantero con un porche antes de entrar a la casa, y, en la parte trasera, tenían un patio bastante amplio. Cada vecino de Spes decoraba su casa de manera diferente, intentando romper la monotonía y la simetría del pueblo, pero no en exceso. Algunos ponían flores en el jardín delantero o pintaban la fachada de la casa de un color diferente. Con los años, Spes había ido volviéndose más colorido y a aquellas, aunque aún quedaban algunos rastros de similitud, ya no se parecían tanto como cuando Elena las vio por primera vez.

Ya casi estaban llegando al colegio de Dani, que tan solo se encontraba a dos manzanas de su casa.

Cuando llegaron, quedaban pocos minutos para que sonara la campana, así que Elena llevó a Dani a su clase con sus compañeros y, con un beso de despedida, se marchó. Miró el reloj mientras se encaminaba hacia el instituto. Aún tenía tiempo, sus clases no empezaban hasta las nueve y diez los lunes.

Elena siempre dejaba a Dani en clase porque, aunque sus clases solían empezar antes que las de su hermano, en el colegio había una guardería desde las ocho para que los padres pudieran dejar a sus hijos e irse a trabajar.

De camino al instituto, Elena se pudo los auriculares y buscó una canción en su móvil. Comenzó a sonar Coming Home de Dirty Money y la muchacha pensó, como tantas otras veces, lo extraño que era el nombre de aquel pueblo que se había convertido en su hogar hacía ya mucho tiempo. Spes significaba “esperanza” en latín. La chica lo sabía muy bien a pesar de no haber estudiado latín en su vida. Se le había ocurrido esta mañana cuando se levantó y escribió en su diario olvidado. Lo más curioso de todo era que los habitantes de Spes se comportaban de acuerdo con el nombre de su localidad, con esperanza, como si estuvieran esperando algo, algo que debía de haber ocurrido hace ya mucho tiempo pero que aún no había pasado. Elena sabía que aquel pensamiento era extraño e irracional, que no se basaba en nada lógico, pero seguía pensando lo mismo después de doce años viviendo en aquel lugar.

Se olvidó de todas sus cavilaciones cuando llegó al instituto y vio a Ainhoa, su mejor amiga, en el centro de un grupo de chicas. Al acercarse, descubrió que aquellas chicas no eran otras que Carmen, Marina, Lourdes y Silvia.

Carmen era la hermana gemela de Ainhoa, por lo que eran idénticas. Las dos tenían el pelo castaño y con tirabuzones y los ojos de un marrón tan oscuro que muchas veces perecían negros. Cuando eran pequeñas se parecían mucho más que ahora. Ainhoa llevaba el tan pelo corto que apenas le rozaba los hombros, mientras que Carmen lo tenía incluso más largo que Elena, con las puntas rubias.

Marina era todo lo contrario que las dos gemelas en lo que a personalidad se refiere. Era una chica muy tímida e introvertida, pero cuando la conocías bien, te dabas cuenta de que era muy buena y de que haría cualquier cosa por las personas que quiere. Por esta razón, era muy inocente y demasiado fácil de manipular, pero ella no entregaba su confianza a cualquiera y eso le permitía protegerse del daño que le pudieran causar. La muchacha tenía el pelo tan rubio que, al sol, parecía blanco. Era bajita, tenía los ojos verdes y una sonrisa que te llegaba al alma. Tenía cara de niña, por eso, algunos podrían llegar a sorprenderse de lo madura que era para su apariencia.

Las otras chicas, Lourdes y Silvia, eran primas. Elena no las conocía muy bien, ya que eran amigas de Carmen, pero, aún así, no las soportaba. Le habían ensañado desde pequeña a no juzgar a la gente sin conocerla, pero con aquellas dos chicas era imposible. Ambas tenían una voz chillona que se te clavaba en el tímpano y, aunque la muchacha no lo había comprobado, estaba segura de que, si te encontrabas a menos de tres metros de ellas cuando gritaban, te quedabas sordo el resto de tu vida. Además, estas chicas eran superficiales e inmaduras, sin hablar de que parecían demasiado cabeza huecas para llegar a segundo de bachillerato.

Cuando las chicas vieron llegar a Elena, la saludaron y ella les devolvió el saludo mientras se acercaba. Al llegar a su altura descubrió que estaban charlando animadamente sobre algo y, cuando mencionaron a ‘Antonet’, la muchacha se dio cuenta de que hablaban sobre el nuevo ‘amigo’ de Ainhoa, o, más bien, le hacían un tercer grado a la chica. La estaban acribillando con preguntas sobre el chico y sobre lo que había pasado entre ellos hasta el momento, que, por lo que Elena sabía, era nada.

Dejó que siguieran acribillándola a preguntas hasta que ésta le lanzó una mirada de súplica. Entonces se la llevó poniendo una excusa.

-Gracias, me has salvado la vida-Dijo Ainhoa, sonriendo.

-De nada, pero ya sabes que me debes una-Le contestó Elena.

Las dos amigas se rieron.

-Entonces ahora te voy a deber dos-Comentó su amiga tras una pausa-. Si me ayudas, claro.

-Depende de lo que sea-Le respondió la joven, mirándola con cara de sospecha.

Ainhoa le dio un codazo y ambas se rieron de nuevo.

-No es nada malo-Le dijo su amiga-. Necesito que me ayudes con el examen de Biología. Es que ya sabes que no es lo mío, y encima la profesora me tiene manía.

-Vale te ayudaré-Dijo Elena después de reflexionar durante un momento-. Y, por cierto-Hizo una pausa-, no te preocupes. Carolina le tiene manía a todo el mundo- Y sonrió.

Ainhoa también sonrió y, en ese momento, Elena recordó la razón por la que había tenido que rescatar a su amiga aquella mañana.

-Y… Ainhoa, ¿qué tal te va con Antonet?-Preguntó la muchacha sonriendo con picardía.

La chica se sonrojó.

-Se llama Toni-Aclaró ella-. Muy bien, gracias por preguntar.- Dijo ella, bajando la cabeza para que Elena no viera lo roja que se había puesto.

Ainhoa se sonrojaba con facilidad y aquello hizo sonreír a la chica. Antonet, o Toni, era un chico que su amiga había conocido en un cibercafé hacía un par de semanas. A Ainoa le gustaba pero no quería reconocerlo y, por eso, a Elena le encantaba fastidiarla con el tema de vez en cuando. La chica no dejaba de hablar de él, pero lo adulaba tanto que, por lo que Elena sabía, Toni bien podría ser un dios rubio musculoso, con los ojos azul profundo y más alto que un rascacielos.

Elena iba a decir algo más sobre Antonet, pero la campana sonó y Carolina, la profesora de Biología, entró en clase, tan puntual como siempre.

A la muchacha la clase se le hizo eterna, como siempre, y cuando terminó se fueron a la biblioteca, donde los esperaba el profesor de matemáticas.

Elena y Ainhoa estaban en segundo de bachillerato, por lo que las estaban preparando para la selectividad. Ambas habían cogido el itinerario de ciencias aunque tenían diferentes asignaturas.

Elena quería ser veterinaria desde que tenía memoria. Le encantaban los animales y quería saber todo lo que pudiera sobre ellos. Alguien podría pensar que los animales son demasiado simples, y que ya se ha descubierto casi todo sobre ellos, pero estaba segura que no era así, y aquello la atraía aún más.

Ainhoa, en cambio, prefería cosas más lógicas y previsibles y, por eso, quería estudiar química. Le encantaban los números y las ecuaciones. Su cabeza era capaz de entender aquel revoltijo de números que había en los libros en tan solo unos segundos, algo que, sin duda, había aprendido de su mejor amiga.

La selectividad se hacía la final del curso y, aunque hacía sólo dos semanas que habían empezado las clases, debían empezar a esforzarse desde el principio. Era esa la razón por la que, en la segunda semana, ya les habían puesto tres exámenes.

A pesar de lo que Elena había presentado al despertarse aquella mañana, el día continuó transcurriendo como normalmente lo hacía y, tal vez porque esperaba que ocurriera algo, fue el más monótono y aburrido de todos los que había vivido en mucho tiempo.

Sólo hubo algo fuera de la rutina, en la última hora. La chica tenía música, la única asignatura artística que se había permitido a sí misma elegir.

Elena adoraba la música. También se le daba bien la pintura y el deporte, pero nada de aquello le gustaba tanto como la música. Elena había estudiado piano, guitarra, saxofón y violín y tocaba todos aquellos instrumentos como si llevara siglos haciéndolo. También tenía una voz de lo más acorde y melodiosa, perfecta para cantar a capella cualquier canción que le pusieran delante.

Cuando llegó a clase, la muchacha vio al profesor hablando con un chico que ella no conocía. No le dio mucha importancia y se sentó en su sitio habitual. Cuando el timbre sonó y todos se sentaron, Elena se dio cuenta de que el desconocido seguía allí. El profesor se giró hacia ellos y, con su habitual tono alegre y relajado, dijo:

-Hola a todos. Antes de comenzar la clase me gustaría presentaros a un nuevo compañero vuestro-Señaló al chico que había de pie junto a él-. Este es Marcos. Es nuevo en el instituto y también en el pueblo, así que espero que le deis una buena bienvenida, que no piense que en Spes somos poco hospitalarios.- Dijo, guiñando un ojo.

Todos se rieron.

Aquel profesor les caía bien, siempre simpático y alegre, aunque sin dejar se ser formal. La chica siempre había pensado que, a pesar de aparentar ser feliz, escondía una tristeza muy profunda en su interior, que podría llegar a devastarlo por completo. No tenía por qué ser así, pero Elena sentía una profunde pena cada vez que miraba sus ojos, aparentemente alegres.

La muchacha se fijó en el chico nuevo. Era castaño y con unas profundos ojos verde esmeralda. Era de estatura alta y complexión fuerte y delgada. Había algo en él que a Elena le resultaba familiar, pero, al no poder relacionarlo con nada, ignoró aquel presentimiento.

-Mientras conseguimos que traigan otra mesa puedes sentarte allí- Dijo Paco, el profesor, señalando el sitio que había al lado de Elena-. Su compañero tardará unos días en volver, así que puedes ocupar su sitio mientras tanto.

Marcos asintió y se encaminó a su nuevo sitio. Elena se dio cuenta de que las chicas se lo comían con los ojos cuando pasaba cerca de ellas y sonrió para sí. Tenía que reconocerlo, aquel chico era muy guapo, e iba a ser su compañero de clase durante unos días.

Cuando Marcos se sentó, la muchacha dijo:

- Hola, me llamo Elena.

- Encantado.-Dijo el chico, sonriendo.

La muchacha sonrió también. El profesor empezó la clase y ambos se centraron en él. No volvieron a hablar hasta que sonó el timbre.

- ¿De dónde eres? - Preguntó Elena cuando salieron de clase.

- Nací en Londres pero he vivido en Barcelona toda mi vida-Contestó el chico, sonriendo.

- ¿En Barcelona?-Preguntó la muchacha sorprendida- Yo también soy de allí, pero nos mudamos aquí cuando tenía cinco años.

Ambos sonrieron.

Hablaron de otras cosas, haciéndose preguntas para saber más sobre el otro. Resultó ser que Marcos también estaba en el itinerario de ciencias y había escogido las mismas clases que ella, por lo que tenían el mismo horario. Marcos le contó que tenía una hermana pequeña de cuatro años llamada Lucía y resultó que iba al mismo colegio que Dani.

Cuando él dijo el nombre del barrio en el que vivía antes de mudarse a Spes, algo dentro del cerebro de Elena encajó de repente. Por eso aquel chico le resultaba tan familiar, había vivido en el mismo barrio que ella. La muchacha tenía otras sospechas acerca de él, pero prefirió no mencionárselas hasta que no las hubiera confirmado.

Marcos preguntó a Elena si quería que la acompañara a casa, pero la chica se negó y dijo que tenía que hablar con sus amigas.

Cuando llegaron al lugar en el que se encontraba el grupo, se despidieron hasta el día siguiente y Marcos siguió su camino.

Hubo algunas risitas por parte de las chicas cuando el muchacho se alejó lo suficiente como para que no pudiera oírlas, y todas empezaron a preguntar al mismo tiempo. Elena no entendía nada de lo que decían y le estaban dando dolor de cabeza las vocecitas chillonas de las dos primas. Cuando todas las chicas se callaron, Ainhoa preguntó lo que querían saber:

-¿Quién es?

-Aún no estoy segura, pero creo que es un viejo amigo- Respondió Elena con una sonrisa, mientras miraba como se alejaba Marcos.

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