viernes, 22 de febrero de 2013

Soñar con tus besos - Capítulo 11





Capítulo 11: Ángelos


Cuando Elena el domingo por la mañana, se vistió rápidamente y bajó corriendo a desayunar. Javier estaba en la cocina y sonrió al verla. 

-Buenos días-Dijo el hombre. 

-Buenos días, papa.-Saludó Elena-¿Donde está mamá? 

-En la ducha-Contestó Javier, sacando el pan de la tostadora. 

La muchacha sonrió para sí. Aquel era el momento perfecto para decirle lo que quería hacer; si no estaba su madre, su padre no se daría cuenta de que no le estaba diciendo la verdad, nunca lo hacía. Sólo su madre la conocía lo suficiente como para percatarse de cuando mentía. 

Elena se preparó su desayuno y se sentó en la mesa. 

-¿Vas a algún sitio?-Preguntó Javier, al darse cuenta de que su hija ya estaba vestida. 

-Sí, a la biblioteca-Contestó la chica-. Quiero devolver un libro que terminé ayer y buscar otro. Y… luego, voy a comer con Ainhoa, si puedo…-Terminó, con cierto tono de súplica en las dos últimas palabras. 

La primera parte de lo que le había dicho a su padre era verdad y, en la segunda, solo había una pequeña modificación. 

-Claro que puedes-Respondió su padre, sonriendo. 

-Gracias, papá.-Dijo Elena. 

Se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Después, le dio un último bocado a la tostada y, con un “hasta luego”, salió de la casa rápidamente. No quería tener que explicarle a su madre a dónde iba, porque sabía que sospecharía algo y conseguiría sonsacarle que se iba a comer con Marcos. Además, si les hubiera dicho toda la verdad, tal vez no la hubieran dejado salir, así que prefirió arriesgarse a mentirles. 

La muchacha sonrió al pensar en Marcos, su “novio”. Aquella palabra le sonaba extraña refiriéndose a él, incluso aunque sólo la pensara. Técnicamente, hacía una semana que se conocían, pero Elena sentía que era mucho más tiempo. Era como si, en aquellos doce años que habían pasado, nunca se hubieran distanciado, como si nunca hubieran perdido el contacto. Además, parecía que, el vacío que la chica había sentido durante prácticamente toda su vida, había desaparecido de repente, sin dejar rastro, llenado gracias a aquel chico de ojos verdes. 

La mañana era fresca y un viento helado golpeó la cara de Elena en cuanto salió del porche. Fue andando hasta la biblioteca y, aunque no estaba muy lejos de su casa, pasó un frío considerable durante todo el camino. Por fin, llegó a su destino y, al entrar, acogió la calidez de la calefacción con agrado. 

A pesar de ser un pueblo pequeño, Spes disponía de una de las bibliotecas más importantes de los alrededores, que sólo era comparable con la de la universidad de la ciudad. 

Fue hasta el mostrador principal y, tras devolver el libro, se perdió por los pasillos de la biblioteca, como habitualmente hacía. 

Cualquier otro día, se habría paseado por todas las secciones y se habría sentado a hojear algún libro, pero no aquella mañana no tenía tanto tiempo. 

Fue directa a la sección donde creía que podría encontrar lo que buscaba y miró en todos los pasillos, uno por uno. En aquellas estanterías, había una gran cantidad de volúmenes que relataban estudios sobre la mente humana y sus capacidades. 

La muchacha había acudido allí en busca de respuestas a aquel sueño que se hizo realidad y a aquel extraño flujo de imágenes procedentes de los recuerdos de Marcos. Necesitaba encontrar algo lógico en todo aquello porque todo o que su cabeza le decía era que aquello no era normal, que era imposible, que se lo había imaginado todo. Ella siempre se basaba en los libros para explicar todo lo que sucedía a su alrededor y, el hecho de no encontrar una explicación para aquello, la frustraba y… asustaba. 

Elena recorrió con la vista los libros de la sección, hasta que vio uno que no encajaba con el resto. Lo sacó de la estantería y recorrió la portada con la yema de los dedos. Aquel material azul claro tenía un tacto muy suave, como si fuera terciopelo, y, tras una mirada más evaluadora, descubrió que así era. Siguió recorriendo la portada con el tacto hasta que sus dedos tropezaron con un hueco en el terciopelo. Descubrió que unos extraños símbolos plateados que estaban grabados en la portada del libro. 



άγγελος 



Aquellos símbolos, a pesar de no haberlos visto nunca, no eran desconocidas para Elena. No sabía por qué, pero estaba completamente segura de que eran letras griegas. 

-Ángelos…-Leyó en voz alta. 

Aquello significaba ángel en griego, y la muchacha se preguntó qué hacía un libro sobre ángeles en aquella sección de la biblioteca. Al abrirlo descubrió, no sin cierta sorpresa, que, aunque el título del libro estaba en griego, el resto del volumen estaba escrito en latín. Era aún más difícil de explicar la presencia de un libro en latín en una biblioteca local, pero, al mirar la primera página, vio que en realidad no pertenecía a la biblioteca.

Elena sabía que tenía que decírselo al bibliotecario por si alguien se lo había dejado y venía a buscarlo, pero la curiosidad pudo más que su sentido común y se metió en libro en la mochila antes de salir de la biblioteca. La verdad era que pensaba que era solamente un libro de mitología, pero no había nada malo en echarle una ojeada.

Había pasado más tiempo del que creía buscando libros y ya era la de su cita con Marcos. No había conseguido averiguar nada de lo que había ido buscando, pero no le quedaba tiempo, así que pensó investigarlo otro día, sin saber que ese día nunca llegaría. 

Marcos ya la estaba esperando afuera con su moto cuando salió de la biblioteca. 

-Hola, mi ángel-Dijo el muchacho, sonriendo. 

-¿Ángel?-Preguntó Elena, frunciendo el ceño-¡Ah!-Exclamó al caer en la cuenta-El libro. 

Marcos no dijo nada y, pillándola con la guardia baja, la besó. Cuando se separaron, ambos sonrieron y la chica se puso el casco que su novio le tendía. El chico arrancó la moto y se fueron juntos en la moto, rumbo a la ciudad. 

Por el camino, Elena se agarró fuertemente a la cintura de Marcos y, cuando daban una curva, cerraba los ojos para no ver nada. Había montado alguna vez en moto, pero aún así seguía dándole miedo, y sabía que no dejaría de dárselo por muchas veces que montara. 

Por suerte para la chica, la ciudad no estaba muy lejos y llegaron en poco tiempo. Marcos la llevó a comer a Venezia, un restaurante italiano que, según él, frecuentaba cuando vivía en Barcelona. 

El chico pidió espaguetis con gulas y Elena unos ravioli; aquella comida era su debilidad. Se quedó boquiabierta cuando el camarero trajo los platos que habían ordenado y vio el plato de Marcos. 

-¿Qué te pasa?-Preguntó el muchacho, sonriendo al ver su cara. 

-Son negros-Dijo ella como si lo explicara todo. 

Quiso decirlo como una afirmación, pero le salió en forma de pregunta. 

-Sí-Respondió Marcos-. ¿Nunca los había visto?-Le preguntó, frunciendo el ceño. 

-No-Contestó ella, negando con la cabeza-. Supongo que soy demasiado tradicional. 

El chico la miró y sonrió. 

-¿Quieres probarlos?-Inquirió-En realidad, saben igual que los otros. 

-Vale-Respondió Elena, encogiéndose de hombros. 

Marcos enrolló algunos espaguetis en el tenedor y dijo: 

-Abre la boca. 

La muchacha lo hizo y él le llevó el tenedor hasta la boca, rozándole, en el proceso, la nariz con uno de los espaguetis. 

Elena reparó entonces en una pulsera de plata que pendía de la muñeca del chico. Tenía un único y pequeño colgante que simulaba dos alas de un pájaro o algo similar. 

Masticó los espaguetis lentamente, intentando sacar alguna diferencia con los que ella siempre comía. No había ninguna. 

-Están buenos-Hizo una pausa, pensativa-¿Sabes?, podría acostumbrarme a esto. 

-Espero que lo hagas-Le respondió Marcos, sonriendo. 

Y la besó de nuevo. 

Cuando terminaron de comer, fueron a dar una vuelta por la ciudad. A Elena le gustaba ir allí de vez en cuando, para escapar de la monotonía de un pueblo tan pequeño como Spes. De niña, cada vez que iba a la ciudad, le gustaba ver caras nuevas y jugar a imaginar como era su vida solamente por la ropa que llevaban o por como se comportaban. Así era como había aprendido a leer a las personas, observando e interpretando cada una de sus gestos. Con el tiempo se había vuelto una experta en ese tema y podía adivinar si una persona era feliz sólo con escucharla decir una palabra. 

Recorrieron el centro comercial, haciendo una pausa en el Fnac. Allí, Marcos le mostró a la chica algunos de sus libros favoritos y ella hizo lo propio con sus preferidos. Resultó ser que a Marcos le gustaban muchos de los libros que ella le enseñó y estuvieron discutiendo sobre cual era el mejor de ellos. 

Cuando pasaron por la sección de música, Elena se sorprendió al descubrir que el muchacho tenía una curiosa afición a la música clásica desde hacía unos años, cuando empezó a tocar el piano. 

Aún dentro del centro comercial, fueron a una confitería cercana que estaba vacía a excepción de un hombre que tomaba un café en una mesa del fondo. Elena pidió un chocolate caliente, pues el café nunca había sido de su agrado, y Marcos pidió lo mismo. Una gran cantidad de besos de chocolate llenaron el tiempo que la pareja estuvo en aquella confitería desierta, tiñendo el recuerdo con un sabor dulce. 

Salieron del centro comercial y caminaron de la mano por el paseo que había junto a la playa. El sol del atardecer se reflejaba en el mar, tiñéndolo de un color violáceo. Era precioso. Elena se quedó ensimismada mirando aquella escena que la dejaba sin aliento. Marcos le rodeó la cintura por detrás y le dio un beso en la mejilla. 

-Es hermoso, ¿verdad?-Susurró la muchacha. 

-Casi tanto como tú-Respondió su novio. 

Elena volvió la cabeza hacia él y le dio un suave beso en los labios. Después, volvió a girar la cabeza y siguió contemplando el mar. Se quedaron así hasta que una música interrumpió la calma que producía el sonido del mar. Era Count on me de Bruno Mars, el tono de llamada que Elena tenía asignado a Ainhoa. La chica miró su móvil y descubrió que, efectivamente, era su amiga quien la llamaba. 

-Hola, Ainhoa-Saludó la muchacha alegremente-. ¿Pasa algo? 

-Sí-Respondió ella. Parecía enfadada-. ¿Cuándo pensabas decirme que estabas en mi casa? 

Elena se llevó una mano a la frente y suspiró. 

-Lo siento-Se disculpó-. Se me olvidó avisarte. 

-Bueno, ya no importa-Dijo Ainhoa, algo más calmada-. Tú madre ha llamado y dice que tienes que estar en tu casa antes de las ocho. 

La muchacha frunció el ceño, intentando algo que le dijera la razón por la que tenía que volver antes, pero no le vino nada a la cabeza así que desistió. 

-Vale-Respondió Elena-. Muchas gracias, eres la mejor amiga del mundo-Dijo, haciéndole la pelota para que se le pasara el enfado. 

-Sí, sí-Soltó su amiga, que claramente ya no estaba enfadada-. Pero, la próxima vez que me uses como excusa para salir con tu novio, avisa. ¿Queda claro? 

La muchacha al escuchar a su amiga hacer aquella afirmación tan acertada, la conocía demasiado bien. 

-Como el agua-Contestó-. Gracias otra vez. Hasta luego. 

-Adiós-Se despidió Ainhoa. 

Elena colgó el teléfono y miró el reloj. 

-¡Mierda!-Soltó al ver la hora que era. 

Marcos la miró frunciendo el ceño. 

-¿Qué pasa?-Le preguntó. 

La muchacha lo miró a los ojos, de un profundo verde pistacho por el reflejo del sol. 

-Tenemos que irnos-Dijo sin mucho entusiasmo-. Tengo que estar en casa en diez minutos. 

-Pues vamos-Contestó el chico, cogiéndola de la mano. 

Echaron a correr por la ciudad hasta llegar al lugar en que habían dejado la moto, cerca del restaurante italiano en el que habían comido. Por suerte, no estaba muy lejos del paseo marítimo y no tardaron en llegar. 

Elena se bajó de la moto de su novio al principio de la calle, para que sus padres no la vieran llegar montada en algo que le tenían completamente prohibido. 

-Adiós-Se despidió ella, sonriendo- Nos vemos mañana. Lo he pasado genial. 

-Yo también-Dijo el chico-. Hasta mañana, mi ángel. 

Se dieron un largo beso de despedida y Elena echó a correr por la calle hasta llegar a su casa. Cuando estuvo delante de la puerta del jardín, se dio la vuelta y descubrió que Marcos seguía allí mirándola. La chica le sonrió y le envió un beso y él le guiñó un ojo. 

Entró en el porche de la casa y, cuando escuchó las voces que había dentro de la casa, supo por qué tenía que volver a aquella hora. Abrió la puerta de la casa y las voces procedentes del salón se hicieron más fuertes. Colgó el abrigo en el perchero del recibidor y caminó por la casa hasta llegar al salón, donde se encontraban sus padres y su hermano. Como ella había imaginado al oír la voces en el desde el porche, también se encontraban allí sus tíos, Paco y Julia, y su prima, Laura. 

-Hola a todos-Saludó Elena sonriendo cuando entró en el salón. 

-Vaya, pero mírate. ¡Cuánto has crecido!-Exclamó su tía Julia en cuanto la vio. 

Julia siempre decía que había crecido cada vez que la veía, a pesar de que los visitaban casi todos los meses y Elena hacía tiempo ya que había dejado de crecer. Si todo lo que su tía dijera se hiciera realidad, ella ahora mediría al menos cinco metros. 

Se abrazaron y la muchacha vio como Laura ponía los ojos en blanco ante las palabras de su madre. Elena le sonrió y su prima le devolvió la sonrisa. 

Laura era tan solo una año mayor que la chica y las dos se llevaban muy bien. Se comprendían mutuamente porque sus madres eran hermanas y se comportaban de la misma forma. Las dos tenían el mismo carácter y sabían oler las mentiras a kilómetros. Por eso, siempre que una quería hacer algo sin que su madre se enterara, la otra la respaldaba y, en todos aquellos años, habían aprendido a escaparse de sus interrogatorios con pocas palabras, ayudándose mutuamente. 

Cuando se separó de Julia, Elena caminó hasta su prima y la abrazó a ella también, mientras sus padres retomaban la conversación que habían dejado con la llegada de la muchacha. 

-¿Vienes a mi cuarto?-Le preguntó la chica a su prima. 

-Vale-Contestó Laura sonriendo-. Vamos. 

Las dos muchachas subieron las escaleras con paso rápido y fueron a la habitación de Elena. Cuando entraron, la chica cerró la puerta tras ellas, para que las personas que había en la planta baja no escucharan su conversación. 

Elena dejó el bolso colgado en uno de los dedos de su sillón, recordando entonces el libro que había cogido de la biblioteca. Lo sacó y lo colocó en la estantería, encima de los otros libros para que destacara un poco más que el resto y así no se le olvidara echarle un vistazo en otro momento. 

-Vaya, cómo ha cambiado este sitio desde la última vez que lo vi-Comentó Laura, paseándose por la habitación. 

Elena fue hasta la cama y se sentó para quitarse los zapatos. 

-¿Y bien?-Inquirió su prima de repente. 

La muchacha levantó la cabeza y la miró, frunciendo el ceño, sin comprender la razón de aquella pregunta. 

Laura se había parado delante de ella y la estaba mirando interrogativamente mientras jugueteaba con unos mechones de su hermoso cabello rubio. 

-¿Qué pasa?-Preguntó Elena al ver que su prima no decía nada más. 

-Pasa que te conozco-Contestó ella-y sé perfectamente que no estabas con tu amiga. Es la excusa más vieja del mundo. 

-Sí-Dijo la muchacha, sonriendo ampliamente al recordar lo ocurrido aquella tarde-, pero sigue funcionando la mar de bien. 

Laura sonrió también. 

-Eso no puedo negártelo-Concedió-. Yo la he usado mil veces y todavía no me han pillado. 

Las dos se rieron y Elena cogió las zapatillas de estar por casa, que estaban debajo de la cama. Su prima se sentó junto a ella y la miró con sus enormes ojos marrones. 

-¿Cómo se llama?-Preguntó con una sonrisa pícara. 

La muchacha se mordió el labio y rodó los ojos, intentando eludir la pregunta. 

-Dímelo-Exigió, poniendo cara de niña buena-. Tengo derecho a saberlo. 

-¿Por qué?-Le preguntó Elena, volviendo la cabeza hacia ella. 

-Pues porque soy tu prima-Contestó Laura, en un tono que daba a entender que la respuesta era evidente. 

-Ya-Asintió la muchacha-, pero ni siquiera mi madre lo sabe, y, que yo sepa, una madre es alguien más cercano que una prima-Puntualizó con una sonrisa de victoria. 

Era muy difícil dar al traste los argumentos de Laura, que estaba acostumbrada a dar explicaciones y poner excusas creíbles para que sus padres no se enteraran de lo que hacía. Ella lo había conseguido en numerosas ocasiones, algo de lo que se sentía orgullosa. 

Su prima la miró pareciendo derrotada, pero, de repente, su cara se iluminó. 

-Por supuesto que una madre es más cercana-Asintió la chica con una sonrisa maliciosa-, y, por eso, creo que debería saber todo lo que yo sé que tú no le has contado. Porque-Continuó-, si yo, que soy tu prima, lo sé, ella también debería saberlo, ¿no crees? 

-No eres capaz…-Dijo Elena, mirándola con ojos acusadores. 

-Claro que lo soy-Contestó Laura alegremente, levantándose de la cama-. Y lo voy a hacer. 

Caminó dando saltitos hasta la puerta y giró el pomo para abrirla. 

-Se llama Marcos-Murmuró la muchacha, bajando la cabeza en señal de derrota. 

-Ahora sí que nos entendemos, prima-Dijo Laura, dándose la vuelta con una sonrisa triunfal en el rostro. 

Volvió sobre sus pasos hasta llegar al extraño sillón con dedos que había en frente de la cama y se sentó con las piernas cruzadas. 

-¿Es guapo?-Preguntó con curiosidad. 

Las mejillas de Elena se encendieron y levantó la cabeza para mirar a su prima, con una sonrisa tímida pero pícara en los labios. 

-Mucho-Respondió. 

Laura sonrió y la miró interrogante, como esperando más información sobre el nuevo novio de su prima. Ésta suspiró y empezó a hablar. 

Le contó lo que había ocurrido la noche anterior justo antes de la cena y su romántica cita de aquel mismo día, dando pequeños detalles para que Laura pudiera imaginarse la escena que le estaba contando. 

Cuando terminó, cambiaron el tema de la conversación y se contaron la una a la otra todo lo que habían hecho en aquel tiempo que habían estado sin verse, como buenas amigas que eran. 

Así estuvieron durante toda la visita, escuchando las historias de las salidas a escondidas, los secretos y mentiras de la otra, cómplices.

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