viernes, 22 de febrero de 2013

Soñar con tus besos - Capítulo 18




Capítulo 18: Visita inesperada


En el momento en que introdujo la llave en la cerradura de la puerta principal de su casa, escuchó el sonido de su teléfono, que indicaba que había recibido un nuevo mensaje de texto.

Ainhoa cerró la puerta a su espalda y fue directamente a la cocina, depositando la bolsa del supermercado con el encargo que le había hecho su madre encima de la mesa. Cogió su móvil y abrió el mensaje rápidamente al descubrir quien lo había mandado.

Cambio de planes. Tengo cosas que hacer. Lo siento, no podemos vernos.

La muchacha suspiró con decepción y respondió al mensaje.

Que tienes que hacer?

Mientras esperaba a que contestara, sacó los alimentos de la bolsa y los metió en la despensa, que estaba a la derecha de la nevera. Su móvil volvió a sonar, trayéndole la respuesta que esperaba. Ainhoa se abalanzó sobre el teléfono y abrió el mensaje.

Cosas.

Quería enviarle otro mensaje para exigir una explicación, pero tampoco quería parecer demasiado desesperada. Nunca había salido con un universitario y no sabía como reaccionaría Toni si insistía en busca de una respuesta. Dejó el teléfono encima de la encimera de la cocina y subió las escaleras hacia su habitación.

Lo cierto es que le apetecía mucho verle y lo echaba de menos, pero tampoco podía obligarlo a salir con ella si estaba ocupado.

Ainhoa suspiró, resignada y abrió la puerta de su cuarto. Una vez dentro, se descalzó y se puso las zapatillas de casa para estar más cómoda. Iba sentarse en el escritorio, frente a su ordenador, cuando se percató de un papelito pegado en el espejo de su viejo tocador.

La muchacha caminó hacia el mueble y quitó el post-it del espejo. Reconoció inmediatamente la caligrafía redonda, muy parecida a la suya propia, de su hermana gemela.

Me voy a comer con Lourdes y Silvia. Mamá trabaja, así que te quedas sola.

Un beso. Carmen.


Ainhoa hizo una mueca de aburrimiento ante la repetición de aquella historia en la que se había convertido su vida y cogió el colgante que pendía de su cuello. Abriendo el pequeño corazón, miró el reloj que había en su interior. Las dos y cuarto. Abandonó su idea de coger el ordenador y bajó a la cocina para prepararse la comida.

La chica sacó un huevo de la nevera y la bolsa de patatas fritas congeladas y, poniendo aceite en una sartén, echó un puñado de patatas fritas en ella.

Siempre que comía sola, preparaba platos tan sencillos como aquel ya que, a diferencia de Carmen, que había heredado las dotes culinarias de su padre, ella no cocinaba muy bien.

Cuando las patatas terminaron de freírse, rompió el huevo contra el borde de la encimera y lo echó con cuidado en la sartén. Una vez que terminó, puso todo en un plato y se sentó en la mesa de la cocina, en la que ya había colocado un tenedor, un vaso y la jarra llena de agua.

Comió sin mucho entusiasmo, dando vueltas a las patatas en el plato pensativamente.

El nombre de Elena pasó por su cabeza en algún momento y Ainhoa no pudo evitar ponerse nerviosa. No había tenido noticias de su amiga desde la noche anterior y la llamada de su madre aquella misma mañana le había hecho preocuparse.

La muchacha sacudió su cabeza para apartar los oscuros pensamientos que pasaban por su cabeza sobre el paradero de su amiga y decidió distraerse leyendo para no pensar en ello. Puso su plato en el lavavajillas y limpió todo lo que había usado para cocinar. Cuando subía las escaleras para ir a su habitación, escuchó el sonido del timbre.

Frunciendo el ceño ante la inesperada visita, fue a la puerta principal y observó a través de la mirilla.

Tiró de la manilla para abrir la puerta y un chico de pelo oscuro y ojos negros apareció ante ella. Lucía una enorme sonrisa en su rostro, mostrando sus dientes blancos y perfectos.

-Hola, Alberto-Saludó Ainhoa, correspondiendo a su sonrisa-. Carmen no está.

-Lo sé, no la buscaba a ella-Contestó el chico.

La muchacha frunció tanto el ceño que sus cejas casi se juntan.

-¿Entonces a quién buscas?-Inquirió.

Demasiado tarde, se dio cuenta de lo estúpida que había sido aquella pregunta. Sólo vivían tres personas en aquella casa. Obviamente, él no había ido hasta allí buscando a su madre, y, si tampoco quería ver a Carmen, sólo quedaba…

-A ti-Contestó simplemente-. ¿Puedo pasar?

Ainhoa asintió y se apartó de la puerta para dejar pasar a Alberto, demasiado sorprendida para decir cualquier cosa. El chico entró y ella cerró la puerta, siguiéndolo hasta el salón.

-¿Por qué quería verme?-Preguntó Ainhoa, aún conmocionada por su visita.

-No sé-Respondió, encogiéndose de hombros relajadamente-. Simplemente quería hablar contigo.

-Y… ¿de qué quieres hablar?

-De lo que tú quieras, no tenía nada pensado.

Ainhoa frunció el ceño y observó al chico, pensando que había algo extraño en todo aquello. Alberto era el novio de su hermana y no veía una razón lógica para que quisiera hablar con ella. Por otro lado, estaba tremendamente aburrida, y hablando con él al menos estaría entretenida. Encogiéndose de hombros, decidió que no había nada malo en estar con él, al fin y al cabo, ella tenía novio y, lo más importante, nunca traicionaría a su hermana.

Miró a Alberto y sonrió.

-Siéntate-Ofreció, señalando el sofá de cuero beige que había frente a la televisión-. ¿Quieres algo de beber? Tengo chocolate.

Ante aquel ofrecimiento, Alberto sonrió ampliamente.

-Pues chocolate, entonces.

Ainhoa volvió a sonreír y se fue a la cocina. Aquel chico le gustaba como novio para su hermana, era muy simpático y, todo hay que decirlo, bastante guapo. Sacudió la cabeza para apartar ese último pensamiento y se regañó a sí misma por fijarse en eso.

En la cocina, cogió dos tazas del armario situado encima de la encimera y echó chocolate en ellas. Era la segunda vez que tomaba chocolate ese día y, como no hiciera algo al respecto, le iba a pasar factura, pero en aquel momento no le importó. El dicho Es mejor prevenir que curar no le servía cuando se trataba del chocolate. Era lo que más le gustaba y lo tomaba siempre que podía.

Cogió las dos tazas por sus respectivas asas con cuidado de no quemarse y volvió al salón, donde Alberto la esperaba sentado en el sofá. Dejó las tazas encima de la mesita de café que había delante del sofá y se sentó junto a él.

Pasaron toda la tarde hablando y Ainhoa estalló en risas más de una vez. Había descubierto que Alberto era el tipo de chico con el que, pase lo que pase, nunca te aburres. Siempre tenía algo ingenioso que decir y a Ainhoa le gustaba eso.

Eran casi las ocho cuando el teléfono de Alberto sonó y él contestó a la llamada.

-Me tengo que ir-Dijo cuando colgó-. Ya nos veremos.

Ainhoa lo acompañó a la puerta y se despidió de él con una sonrisa en los labios. Lo había pasado genial con aquel chico de ojos negros y había conseguido olvidar sus inquietudes durante toda la tarde.

El móvil de Ainhoa sonó para avisar de que tenía un mensaje. La chica cogió su teléfono, que había dejado encima del sofá, y llevó las tazas de chocolate vacías a la cocina mientras lo abría. Era de un número desconocido.

Soy Elena. Tengo que hablar contigo.

Ainhoa suspiró con alivio y llamó rápidamente al número que le había mandado el mensaje. Respondió al primer tono.

-Ainhoa-Saludó la voz de Elena con un tono extraño.

-¡Elena!-Exclamó la muchacha-¿Dónde te habías metido? Tú madre está muy preocupada por ti. ¿Estás bien?

-Sí, estoy bien-Contestó su amiga, no muy convencida con su respuesta-. Necesito hablar contigo.

-¿Dónde estás? Puedo ir si…

-No-Interrumpió Elena-, voy yo a tu casa. ¿Estás allí?

-Sí.

-Entonces llego en seguida. Hasta luego.

-Hasta luego.

Ainhoa colgó y dudó si debía avisar a la madre de Elena. Ella estaba muy preocupada y sentía la necesidad de contarle que su hija estaba bien, pero, por otro lado, no sabía si su amiga quería que avisara a su madre.

Optó por no decirle nada, aunque eso conllevara remordimientos. Quería hablar con Elena primero y, si llamaba a su madre, ella iría a buscarla a su casa y no podría hacerlo. Comenzó a dar vueltas por toda la casa, intentando entretenerse con cualquier cosa para no sacar conclusiones precipitadas. ¿De qué tendría que hablarle su amiga? ¿Por qué habría desaparecido durante toda la mañana? Tenía la sensación de que las respuestas a aquellas dos preguntas estaban relacionadas.

Una idea pasó por la cabeza de Ainhoa mientras buscaba respuestas. Estaría… No, era completamente imposible que Elena estuviera... No podía ni pensar en la idea sin que en su cerebro brillara la palabra IMPOSIBLE. ¿Embarazada? Elena solo llevaba un par de semanas con Marcos, aquello no podía ser. Pero lo cierto es que no se le ocurría otra razón que justificara toda aquella historia. Sacudió la cabeza para descartar la ocurrencia y el timbre sonó justo en ese momento.

Ainhoa corrió a la puerta principal y la abrió de un tirón sin mirar antes quien era. Al otro lado estaba Elena y… Marcos. Su amiga parecía muy asustada y sus dedos estaban entrelazados con los de su novio. Tal vez su idea no era tan imposible después de todo…

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