martes, 26 de marzo de 2013

Soñar con tus besos - Capítulo 22




Capítulo 22: Sexto sentido

Tumbada en la cama, escuchó el cerrojo abrirse y un suave golpe cuando su madre cerró la puerta. Ainoa suspiró y miró el reloj despertador sobre la mesilla de noche. Eran más de las cinco de la madrugada, la hora a la que su madre volvía a casa cuando tenía turno de noche, pero no había podido pegar ojo desde que se acostó, hacía ya seis horas. Sentía una pequeña pero fuerte opresión en el pecho y a veces le costaba incluso respirar. Siempre le pasaba esto, incluso de pequeña, cuando algo malo iba a suceder. Había nacido con un sexto sentido para la desgracia y, aunque a algunas personas podría parecerles un don, para ella no lo era, en absoluto. Lo sintió cuando sus padres de divorciaron, cuando su abuela murió e incluso cuando atropellaron a su gato el año pasado. Siempre había estado allí antes de que algo malo sucediera, más o menos fuerte, pero siempre presente. Esta vez la opresión era diferente, menos fuerte que cuando murió su abuela, pero igual de dolorosa, tanto que hacía que le picaran los ojos por las ganas de llorar.

Ainhoa se incorporó en la cama, desistiendo del intento de dormir algo esa noche. Con resignación, cogió un libro que se encontraba en la mesita de noche y encendió una pequeña lámpara que había junto a él. Empezó a leer sólo para distraerse, pero acabó por sumergirse en las páginas de aquel libro, como le sucedía casi siempre. Ainhoa amaba los libros de misterio desde siempre. Había leído muchísimos de ellos y todos le habían encantado; aquel no se quedaba corto. Se llamaba Marina y era de uno de sus escritores favoritos, Carlos Ruiz Zafón. Aunque no era de misterio propiamente dicho, con sus detectives, sus pruebas y sus deducciones, tenía ese aire de misterio que tanto le gustaba. Había reservado aquel libro en especial para leerlo sólo de noche, ya que daba un poco de miedo.

Mientras leía, sus párpados comenzaron a hacerse cada vez más pesados hasta que llegó un punto en el que le era prácticamente imposible mantenerlos abiertos. Dejó el libro en la mesilla, apagó la lámpara y cerró los ojos. De nuevo no podía dormirse. Esto le pasaba muy a menudo, los ojos se le cerraban cuando estaba leyendo y, cuando dejaba el libro, volvía a estar tan despierta como antes de cogerlo.

Ainhoa abrió los ojos, suspiró y giró en la cama para apoyarse sobre su costado izquierdo, mirando hacia la ventana. Se quedó mirando la oscuridad de la noche, completamente sumergida en sus pensamientos. Pensó en lo que le había contado su amiga aquella misma tarde. Lo cierto era que, ahora que sabía la verdad, veía pruebas por todas partes. Primero, Elena no se parecía en absoluto a ninguno de sus padres, ni a nadie de su familia que ella hubiera visto. Segundo, la superdotación es hereditaria; su amiga era superdotada y nadie más de su familia lo era, lo que era extraño teniendo en cuenta que se manifiesta más en los hombres. Pero, como siempre, nadie se da cuenta de las evidencias hasta que ya sabe la verdad, y entonces lo ve todo tan claro y fácil que se siente estúpido por no haberse dado cuenta antes.

No sabía si Elena había hablado con sus padres o si incluso había vuelto a su casa, pero suponía que sí; ella no era del tipo de persona que le hace sufrir a la gente que quiere, no conscientemente. Ainhoa sonrió al recordar la cara de su amiga cuando le dijo lo que sospechaba, justo antes de que le dijere que sus padres no eran sus padres, y se sonrojó. Desconocía como había llegado a aquella conclusión el principio, pero ahora se daba cuenta de por qué a Elena le había parecido tan absurda; porque en realidad lo era.

La chica se quedó un momento pensativa, intentado recordar lo que estaba haciendo antes de que Elena llegara a su casa, lo que había hecho toda la tarde antes de eso, pero, por mucho que se esforzara, no recordaba nada. Sentía como si su mente estuviera bloqueada desde dentro y no le permitiera entrar en su propia memoria. La opresión en el pecho que no la había dejado dormir en toda la noche desapareció de repente y Ainhoa sintió que se perdía en el mundo de los sueños. Intentó permanecer despierta, pero no pudo. Era como si su mente la estuviera obligando a dormir, sin que ella tuviera ningún tipo de poder, y, finalmente, se dejó llevar.

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