sábado, 30 de marzo de 2013

Soñar con tus besos - Capítulo 23




Capítulo 23: Las notas


Una oscuridad absoluta la rodeaba y no podía ver nada por mucho que se esforzara. Cada vez que respiraba, sentía una fuerte punzada en las costillas. Se sentía pesada y no podía mover ni un solo músculo. Le dolía todo el cuerpo, como si le hubieran dado una paliza monumental o hubiera caído de un quinto piso. Estaba tumbada en algo mullido que le habría hecho cosquillas si el dolor no cegara el resto de sus sentidos. Podía escuchar, lejano y amortiguado, el sonido de agua cayendo y una extraña risa. Parecía la risa de un niño, dulce y musical, pero tenía un toque de siniestra, igual que el sonido de una caja de música en una película de miedo. La risa cesó y escuchó unos pasos amortiguados por el blando suelo. Entonces sintió que rodaba y cayó en el suelo sobre sus costillas. Sintió que un dolor aún más intenso se expandía por su cuerpo y escuchó grito de una voz extrañamente familiar, su voz…

Elena despertó sobresaltada. Se palpó la espalda y comprobó que no le dolía nada y podía moverse. Sudor frío mojaba su frente. El despertador estaba sonando y había sido él el responsable de que despertara de aquella extraña pesadilla. Curiosamente, esta se parecía a la que había tenido hacía unos tres meses, antes de saber que era un ángel; a pesar de que había pasado bastante tiempo, la recordaba perfectamente. La única diferencia era que esta vez sí que podía sentir su cuerpo, aunque no pudiera moverlo, y había sido muy doloroso. Elena sacudió la cabeza y apagó el despertador. Siempre había soñado cosas muy extraña y aquello no era nuevo.

Se levantó de la cama y entró en el baño. Aquel era el último día de clase antes de las vacaciones de Navidad. En realidad, no era ni siquiera un día de clase, lo único que tenía que hacer era ir al instituto a recoger las notas, después podía volver a casa.

Después de vestirse, bajó a desayunar. La casa estaba silenciosa; su familia se había ido hacía unas horas, así que estaba sola. Después de comerse un buen desayuno, compuesto por dos crepes y una taza de chocolate que su madre había preparado por la mañana, Elena cogió el bolso y las llaves cerrando la puerta principal a su espalda. La Navidad había llegado a Spes, y con ella el frío y la nieve propias de la época. Todas las casas de la localidad tenían sus tejados y jardines cubiertos con un fino polvillo blanco. Algunas de las viviendas de la calle de la chica ya estaban decoradas con los típicos adornos navideños y las lucecitas de colores, y la mayoría tenía un muñeco de nieve en el jardín delantero, con su bufanda y sombrero correspondientes.

En poco tiempo llegó al instituto, y allí estaba él, apoyado en la barandilla de la escalera de entrada, hablando con su compañero Carlos, del que se había hecho muy amigo. Llevaba sólo tres meses con aquel chico y ya había conseguido que se enamorara de él irrevocablemente.

Marcos se volvió hacia ella en cuanto pisó la puerta de entrada al instituto y le sonrió. La chica le devolvió la sonrisa mientras se acercaba a ellos. Cuando llegó, Carlos la saludó y después se marchó para dejarlos solos; todas las mañanas hacían lo mismo y ya se había convertido en una costumbre. Marcos se despegó de la barandilla y acercó a Elena a él, cogiéndola por la cintura. Con dulzura, le besó en los labios.

-Buenos días, mi ángel.

Elena sonrió.

-Buenos días.

Alguien se aclaró la garganta junto a ellos y la pareja se separó. Era su tutora, una mujer simpática, que les dedicó una sonrisa que decía: “Os he pillado”.Las mejillas de Elena comenzaron a arder.

-Vamos a clase, chicos.

La profesora se marchó delante y ellos lo siguieron, sin hablar, aparentemente, durante el trayecto. Pero lo que nadie sabía era que en realidad sí que hablaban.

“¡Qué vergüenza!”-Exclamó Elena en su mente.

“¿Te avergüenzas de mí?”

La chica lo miró y, cuando consiguió su atención, se mordió el labio inferior y puso los ojos en blanco.

“¡Tonto!”

“Yo también te quiero, cariño”

Llegaron al aula y la profesora se hizo a un lado para dejarlos pasar delante de ella. Cuando entraron, la a profesora cerró la puerta tras ella. La clase ya estaba llena y todos los alumnos comenzaron a sentarse en sus respectivos lugares. Elena ocupó el suyo, junto a un asiento vacío en el que debería haber estado Ainhoa. La muchacha frunció el ceño y miró alrededor buscando a su amiga. Casi todos los alumnos se había sentado ya, y los pocos que quedaban de pie estaban hablando con la profesora; ninguno de ellos era Ainhoa. La tutora, Eva, terminó de hablar con los chicos que había en su mesa y estos se sentaron.

-Muy bien, vamos a empezar a entregar las notas-Anunció la mujer-. Creo que ya sabéis perfectamente cómo va esto, así que no tengo que explicarlo otra vez-Continuó sonriendo.

Eva empezó a nombrar a los alumnos por orden de lista. Los aludidos tenían que levantarse a recoger sus notas y escuchar los comentarios de la profesora sobre el trimestre. Su nombre era uno de los primeros de la lista.

-Elena Cervantes Gallart.

La chica se levantó de la silla y caminó hasta la mesa de la profesora. Eva le sonrió y le entregó el folio con sus notas.

-Simplemente impresionante-Comentó Eva, sonriendo-. Ya te he dicho que podrías estar en un sitio donde se te ponga más a prueba, aquí lo tienes muy fácil.

Elena le devolvió la sonrisa a su tutora.

-Me gusta estar aquí, no quiero ir a ninguna escuela para superdotados.

La chica volvió a su asiento sin dejar a su profesora contestar. Le gustaba aquella mujer pero a veces no soportaba lo insistente que era sobre sus estudios. Le había dicho al menos un millón de veces que debería ir a un sitio donde de verdad saque partido a su mente; en pocas palabras, una escuela para cerebritos.

Justo cuando se sentó en su silla, alguien llamó a la puerta del aula. Se hizo un silencio absoluto en la clase cuando los alumnos que habían recibido sus notas y estaba comentándolas con el de al lado se volvieron hacia la puerta para ver quien era. Las puertas no se podían abrir desde fuera, así que uno de los chicos de la primera fila, Rubén, que se sentaba cerca de la puerta, se levantó y la abrió. Todos estaban en silencio cuando una Ainhoa algo despeinada y con pintas de haber corrido una maratón entró en clase.

-Siento llegar tarde, me quedé dormida-Se disculpó la chica mirando a la profesora.

-Está bien, pero lleva más cuidado la próxima vez-Le dijo Eva, con su permanente sonrisa en el rostro-. Siéntate.

Ainhoa caminó por la clase y se sentó en su sitio, junto a Elena. La muchacha la miró con ojos interrogantes.

-¿Qué te ha pasado?

-Pues eso, que me quedé dormida-Contestó Ainhoa-. No sabes lo rápido que he venido, ni siquiera me ha dado tiempo a desayunar.

Elena sonrió a su amiga.

-Me lo puedo imaginar-Murmuró, mirando su pelo despeinado y sus mejillas rojas.

Ainhoa le devolvió la sonrisa y, aunque es muy parecida, no es exactamente igual de sincera y espontánea que antes, y eso le preocupa.

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